lunes, 7 de noviembre de 2011

El Conde de Montecristo

No hay palabras para describir el enorme impacto que este libro tuvo en mí. Desde el momento en que leí las primeras líneas hasta el momento en que cerré el libro quizás no por última vez, cada palabra escrita, cada mensaje, detalle y diálogo narrados me cautivaron desmesuradamente. He sido conmovida hasta llegar al punto en que me encuentro sobrante de sentimientos pero escaza de palabras para expresarlos. 

¿Cómo explicar al lector estos sentimentos? ¿Cómo se describe un color a un ciego de nacimiento? Es díficil, complicado, casi imposible. Incluso aquéllos lectores que han tenido el placer de leer esta obra de arte fallarían al tratar de comprender la profundidad que ésta alcanzó en mí.

Trama, personajes, narrativa... lo único de lo que podría carecer esta novela es de defectos. Dumas nos sumerge en un mundo realista, visto desde los ojos de un hombre que por obra de la envidia y la ambición sufrió una metamorfosis increíble. El joven Edmundo Dantés pasó de ser un joven alegre, afortunado y feliz al cruel Conde de Montecristo, hombre frío y calculador. ¿Tienen idea de lo impactante que fue el leer todo el proceso de cambio que experimentó el pobre Edmundo? Me sentí lastimada al verlo lastimado; sentí su rencor, dirigido a los que robaron su felicidad y su amor; sentí su tristeza al descubrir que su padre había fallecido. En pocas palabras, cada emoción que transmitía el personaje yo la sentía en carne propia. Me involucré tanto con el libro que casi me olvido de que el mundo en el que me encontraba era una mera fantasía. Y créanme cuando les digo que sufrí al terminar de leerlo y levantar la vista para encontrar las paredes de mi cuarto y no el barco del Conde navegando en el horizonte.

No puedo decir más de este libro. Si cuento demasiado, me arriesgo a arruinar la mejor parte de la novela a aquéllos que no la han leído y sienten deseos de hacerlo. Sin embargo, tengo la sensación de que no he expresado con suficiencia el amor que esta novela inspiró en mí. Por esta razón, voy a arriesgarme a decir una última cosa: Si alguien alguna vez llegara a preguntarme cuál fue el momento más impactante de la trama para mí, contestaría sin titubear que fue aquél en que el Conde susurraba estas palabras:

"Fui un insensato al no arrancarme el corazón cuando decidí vengarme."